Hace casi cuarenta años comencé a soñar. Yo admiraba a los actores y habría estado satisfecho sólo con estar en la quinta fila con una lanza, pero que se me llamase actor profesional. Han pasado tantas cosas desde entonces…
Con esas palabras , abrió Antonio Banderas una multitudinaria rueda de prensa en la que mostró al 100% su afabilidad, su carisma y sus ganas por seguir, que se mantienen intactas como el primer día a pesar de los bretes en los que le ha puesto su trayectoria.
Este Goya® me permite hacer balance, hacer una parada y echar la vista atrás. He tenido el inmenso placer de rodar con Fernán-Gómez, López Vázquez o Agustín González, los grandes búfalos del cine español, y, todavía hoy, tengo la fortuna de poder seguir mirando hacia el futuro”.
Este reconocimiento tiene para él una parte de recompensa y una parte de estímulo.
Dicen que los premios no son importantes, pero eso es así hasta que te los dan. Te das cuenta de lo bonito que es que valoren tu trayectoria.
Se mostró casi sin palabras para expresar lo que siente en estos momentos –“Trataré de hacerlo en la gala, comunicarme con mis compañeros de profesión pero también con el público que se sienta frente a sus televisores”–. De lo que sí está seguro es de que toca “mandar un mensaje de optimismo. El año en lo que al cine español se refiere ha sido magnífico y creo que, más que nunca, tenemos motivos de celebración. Ese mensaje lo baso en el capital humano que manejamos, me fascina el talento que veo en las nuevas generaciones”. Compareció acompañado por Enrique González Macho, presidente de la institución, que destacó al intérprete como “un profesional respetable y profundamente respetado, pero considero que eres aún más querido. Anton io es mucho Antonio y hoy ha hecho una demostración clara de por qué se le quiere”.
Le falta poco para tocar el techo de las 100 películas, bromea cuando asegura estar “encajando los 55 años” y no le faltan palabras de elogio para los técnicos con los que ha compartido tantos y tantos días de filmación, con los que ahora coincide en el proyecto que está rodando –Altamira–, pero a los que conoce desde hace años. Quizá por ello tiene en la cabeza implicarse “muchísimo más en el cine español, sobre todo en los departamentos de dirección y producción”. En este último terreno ha vivido sinsabores, pero asegura que sabía que éste no iba a ser “un camino de rosas. Nada en mi vida lo ha sido: he dado pasos de hormiguita y, a veces, me he sentido muy solo. A pesar de las cosas malas, no me voy a rendir, voy a seguir adelante”.
Siempre ha asumido riesgos profundos: “venir a Madrid desde mi Málaga natal, marcharse a EE.UU. cuando aún no había una tradición clara… Hay algo que no pertenece al cine, sino a toda la sociedad, y es un cierto complejo de inferioridad porque hemos escuchado muchas veces que todo lo que venía de fuera era mejor”. Orgulloso por haber puesto ahí su granito de arena, “esa es una de las aportaciones que he podido hacer a la cinematografía española: podemos competir con los más grandes, ir conquistando terrenos…”.
Acción y corten, la felicidad
Está escribiendo, tiene tres guiones a los que le encantaría poder dedicar un año de trabajo, y tiene pendiente de estreno Autómata, con la que compitió en el Festival de San Sebastián; Knight of Cups, a las órdenes de Terrence Malick; y Los 33, basada en la historia de los mineros chilenos atrapados en la mina de San José. Vista desde fuera, comparó su profesión con “una estrella de Navidad: brilla mucho por delante, pero por detrás es de cartón”. De las ciudades americanas, se queda con “Nueva York por ser la más europea y porque la vida está en la calle. Allí es desde donde puedo pivotar al triángulo en el que quiero moverme: Madrid, Málaga y Nueva York”.
En la charla se acordó de dos compatriotas. “Escuché a Joaquín Sabina decir que se tenía que pellizcar para darse cuenta de todo lo que había vivido. A mí me pasa algo parecido: todo lo que me ha pasado en la vida parece parte de un sueño del que me voy a despertar en cualquier momento. Hay cosas buenas y malas que pasan, pero esa no es mi profesión: ¡esa es la vida! Me gusta el devenir de las cosas y la aceptación de lo bueno y lo malo como parte del juego que jugamos. Como decía Fernando Savater, ‘lo único certero es la muerte y todo lo demás es relativo’. Yo me siento bien en esa relatividad”.
A los americanos les citó para recordar una frase que repiten –“No Guts, no Glory… Sin narices, no se consigue la gloria”–, pero manifestó que “para dar consejos hay que ser muy sabio y yo no lo soy. He interpretado a muchos héroes, pero no soy uno de ellos… Hay una palabra en este mundo raro que estamos viviendo que aún funciona, y es amor: amor por aquello que haces. Lo hermoso de esta profesión está entre esas dos palabras: acción y corten. Los que quieren dedicarse a esto tienen que engancharse a la esencia de lo que significa esta profesión, porque todo lo demás les vendrá”. Propugnó, para finalizar, la magia de cualquier sala de cine, “que te cuenten una historia en la oscuridad de un cine sigue siendo algo maravilloso. Amor por eso es lo que yo aconsejaría a los jóvenes”.
Fotos: ©Marino Scandurra-Cortesía de la Academia de Cine